lunes, 11 de abril de 2011

LA ÉTICA EN LA FUNCIÓN PÚBLICA

Por: Hipólito Percy Barbarán Mozo

La corrupción es un tema muy amplio y complejo para ser abordado mediante un artículo, pero sí se puede analizar algunos rasgos que lo caracterizan. Este término se ha instalado en el lenguaje cotidiano como una expresión de falta de ética. La Real Academia Española define al verbo "corromper" como "alterar o trastocar la forma de alguna cosa". La "forma" es, para la tradición escolástica, la naturaleza de algo, el fin para el que ese algo existe. En consecuencia, cualquier hecho o acción que altere la forma; en este caso, la función pública, es desnaturalizar, es corromper, es señal de corrupción. Habitualmente se cree que la corrupción es exclusivamente de la clase política, sin embargo, ésta se ve reflejada en las instituciones a través de sus funcionarios y además todos podemos desnaturalizar nuestra misión.


Por su parte, la RAE define a la ética como "parte de la filosofía que trata de lo moral y de las obligaciones del hombre". El pensamiento kantiano señala que la ética forma parte del conjunto de las ideas, que no pertenece ni puede pertenecer al de los objetos reales, porque no son nociones de algo, sino nociones para algo. Para la ética principista, los actos humanos son buenos o son malos según su intencionalidad e independientemente de su resultado, la única cosa buena en el mundo es la buena voluntad. Otra escuela, cuya visión es más utilitarista y pragmática, sostiene que el aspecto más importante de la conducta humana no es la intención sino el resultado. Por lo tanto, la ética no solamente tiene que ver con el acto interior, sino también con las acciones y especialmente con la coherencia entre el acto y la acción.


En ese sentido, la función pública es la acción que realiza un individuo para contribuir a la buena marcha de la colectividad humana, esto implica que no se puede ejercer la función sin conocimiento de lo que se hace, sin libertad y sin responsabilidad. Entonces, el ejercicio de la función pública es un acto ético, de carácter personal, pero con finalidad social. Por esta razón, el funcionario público que labora en cualquier escenario institucional debería conducirse en armonía entre los intereses personales y el bien común.


En base a las premisas descritas y en el marco del la Ley del código de ética de la función pública. Ley Nº 27815 y su reglamento Nº 033-2005-PCM,se puede afirmar que algunos funcionarios que actualmente dirigen las instituciones del sector educación en particular, vienen trasgrediendo los principios de respeto, probidad, eficiencia, idoneidad, veracidad, lealtad, justicia y la equidad; así como las obligaciones de neutralidad y transparencia, establecidos en los artículos 6, 7 y 8 de dicha norma.


En la práctica de la ética en la función pública, el principio de respeto implica que el funcionario adecue su conducta hacia el acatamiento de la normas, garantizando el cumplimiento de los procedimientos administrativos; la probidad involucra la actuación con rectitud, honradez y honestidad para satisfacer el interés general; la eficiencia es el cumplimiento de cada una de las funciones a su cargo; la idoneidad es entendida como la aptitud técnica, legal y moral que debiera tener el funcionario, etc. Estas y entre otras son condición esencial para el acceso y ejercicio de la función pública.


El concurso público es una excelente metodología para auscultar cuál de las personas que quieren acceder al cargo es más idónea. Desgraciadamente por la “audacia” que tiene el ser humano para desnaturalizar las cosas, los concursos se han convertido en procesos para consolidar decisiones ya tomadas; de igual manera los criterios para designar el cargo de confianza por parte de gobierno de turno, tampoco acierta en este principio. Por eso, es muy común tener funcionarios cuya correspondencia entre el cargo y la idoneidad no existe. En cambio, uno de los defectos más frecuentes, es el típico funcionario ignorante, es decir, cuando la persona tiene el cargo "de" pero no la preparación "para". Puede tener capacidad, pero no preparación. Uno se pregunta ¿Cómo llegó? (…) Al ignorante hay que enseñarle todo y es una espina irritativa para el resto del personal. Si el ignorante tiene capacidad y deseo de aprender, es recuperable; si no puede o no quiere, pasa a la categoría de incapaz irrecuperable. En efecto, el incapaz es el funcionario que tiene el cargo "de", pero nunca va a tener idoneidad "para"; es más grave que el ignorante. Suele tener padrinos que lo hacen intocable. Es presuntuoso, creído, petulante y a veces se siente hasta en condiciones de dar consejos de moralidad. Para un empleado es muy difícil tratar con un jefe incapaz y viceversa. Al inexperto uno lo puede capacitar, pero el incapaz no entiende por qué y se siente perseguido. Cuando el incapaz es jefe, se crea un ambiente de mediocridad en la institución. Siempre rechaza los planteos de crecimiento que se le proponen por no comprenderlos o por miedo a conducirlos. El funcionario haragán, este tiene el cargo y la idoneidad, pero no tiene ganas de trabajar. Este personaje, no siente una carga ética, ya que para él es un estilo de vida. La pregunta que debiéramos hacernos es ¿Es ético dejarlo continuar con su actitud? Todos tenemos colegas haraganes que cobran sin trabajar. Se espera que un superior le llame la atención o que él cambie de actitud. Generalmente no sucede ni uno, ni lo otro. Todos y cada uno somos responsables por la inmoralidad pública, pero fundamentalmente aquellos que, teniendo el poder necesario para ordenar la sociedad en perspectiva del bien común, no lo hacen. También, existe el funcionario inmoral, esta persona tiene el cargo comprado por dinero. Es un individuo que se deja o ejerce el prevaricato, el soborno y todo matiz de corrupción.


También existen los excesos, es decir, funcionarios que hacen más de lo que les corresponde por su función. Hay tres formas de excesos, el auténtico, es aquel empleado que cuando falta alguien por razones justificadas, lo cubre. Tiene una actitud de servicio plena. El desatinado es aquel que hace lo suyo más lo que debiera hacer el ignorante, el incapaz y el haragán. Lo de él ya no es generosidad, sino complicidad, porque lo que debe hacer es poner en evidencia lo que el ignorante no sabe, lo que el incapaz no puede y lo que el haragán no hace. Dicho de otra manera, debe hacer que el ignorante aprenda, el incapaz tome conciencia de lo que es y que el haragán trabaje. Por último, el funcionario sabandijo es aquel que hace más de lo que debe, pero sólo por ansias de poder o ganarse el cargo a como dé lugar, sin importar su dignidad ni la de los demás. Se interesa por conocer todo el funcionamiento para volverse indispensable y busca crear dependencia y enfrentamiento entre los demás.


De todo lo descrito hasta aquí, se infiere que el ejercicio de la función pública es un acto ético que todo funcionario, nombrado, contratado, con puesto encargado por concurso o por confianza del gobierno, etc., independientemente de su jerarquía dentro de la institución en la que labora, está supeditado a actuar en coherencia con los principios, deberes y prohibiciones del código de ética, y sobre todo debe conducirse en armonía entre el interés personal y el bienestar colectivo concordante a la misión y visión de la institución. Por todo ello, exhorto a todos los funcionarios del sector educación a examinar críticamente sus acciones y por consiguiente a deslindar y tomar distancia de todo aquello que les haga cómplice de la mediocridad (…) y a los empleados públicos y la sociedad civil organizada a ejercer la vigilancia para el cumplimiento de las normas, identificando el rasgo de los funcionarios de nuestras instituciones, para saber si son ignorantes, incapaces, haraganes, inmorales o sabandijos. Solo cuando alcancemos tener conciencia de la ética como teoría y práctica, lograremos minimizar la corrupción.

Probablemente los errores superen a los aciertos; pero debemos sentirnos tranquilos cuando pensamos que cada cosa hecha, cada toma de decisión, los emprendimientos, las propuestas de solución, y en sí cada acto de nuestra gestión, equivocado o no, debe lucirse siempre teniendo en cuenta el desarrollo individual y colectivo de la comunidad educativa, bajo el convencimiento de que, como decía Jorge Luis Borges: "Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena... "